Que te pregunten por el libro que estás leyendo parece ser algo inocuo y sin mayor trascendencia. Pero es una pregunta que puede resultar embarazosa cuando la respuesta es La dama boba de Lope de Vega o Los Menecmos de Plauto. Ante estos títulos, las reacciones suelen ser un largo e incómodo silencio y cara de circunstancias por parte del interlocutor. Si hay la suficiente confianza, vendrá a continuación la pregunta inevitable de: “¿Y por qué?” Al parecer es inconcebible que alguien vaya a emprender la lectura de las obras teatrales clásicas por pura afición o curiosidad. Y sin embargo, es algo que ocurre más a menudo de lo que pudiéramos sospechar.
En el foro existen dos miniclubs activos en torno al teatro clásico: uno sobre teatro grecolatino, que lleva más de un año funcionando y sigue adelante sin problema alguno de falta de participación; y otro sobre teatro español del Siglo de Oro, que igualmente goza de una estupenda salud participativa. Los integrantes de estos miniclubs son todos gente normal, en apariencia al menos, que lee estas obras por puro interés personal y no por motivaciones académicas. Y gente que la mayoría de las veces disfruta enormemente de su lectura, algo inaudito en unos tiempos en los que hay que proteger a la juventud de un contacto demasiado precoz con la literatura de calidad para evitarles traumas vitales.
¿Qué tienen entonces que ofrecer estas obras teatrales clásicas para ser capaces de atraer a lectores voluntarios de a pie? Pues seguramente lo mismo que ofrecieron en su momento al público que iba en masa a presenciar sus representaciones escénicas, y que es algo heredado por sus sucesores de la actualidad, las series de televisión. Son obras que apelan a la naturaleza humana más universal y atemporal, los sentimientos básicos de amor, odio, amistad, celos, honor, envidia y ternura. Sentimientos ejemplificados por personajes de una pieza que permiten su reconocimiento instantáneo y que se ponen a prueba en situaciones escénicas que van a mantener sin esfuerzo la atención del lector hasta la resolución final de la trama.
Estas obras tienen además una gran ventaja sobre la mayoría de las series televisivas: están estupendamente bien escritas, construidas y dialogadas, y son un halago y no una afrenta a la inteligencia del lector. Así que hágase un favor y consuma más teatro clásico. Y cuando le pregunten qué lee, dígalo con la frente muy alta y sin rubor alguno.
Carmen Neke
1 comentario:
Tienes razón en lo que dices: si a la gente de a pie de siglos antes de Cristo o del siglo XVIII, le encandilaban estas historias, ¿por qué no nos iban a gustar a nosotros? Si ellos las entendían sin problemas, ¿por qué no las íbamos a entender nosotros?
Hay muchos prejuicios en ese sentido, prejuicios infundados.
Yo me acerco de vez en cuando a los clásicos, no he leído a Plauto pero sí "La dama boba" de Lope. También de vez en cuando me acerco a Shakespeare, chejov u otros.
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