Si Mary Flannery O´Connor hubiera nacido en época de Tomás de Aquino no me cabe duda que hubiera utilizado una pluma de pavo real para escribir sus cuentos. El pavo real es un ave que llama la atención al mirarlo desde la distancia. Posee un largo cuello que le dota de un majestuoso porte, un cuerpo redondeado semejante a un balón de rugby cubierto de plumas y, lo más llamativo, una cola con largas plumas que roza la tierra donde se encuentran posadas sus patas. Sin embargo, el momento con mayor esplendor de esta exótica ave es cuando despliega el abanico policromado de las plumas de su cola y las eleva al cielo mostrándonos el motivo de su regio apelativo. Flannery O´Connor es así: el pavo real de la narrativa americana del siglo XX.
Cuando un lector descubre a Flannery O´Connor al leer en diversos medios de comunicación las diminutas biografías, artículos sobre la autora y reseñas de sus cuentos llama su atención del mismo modo que el pavo real nos despierta la curiosidad entre las diversas aves de un corral. Sin embargo, en el momento que el lector eleva de la estantería el libro con sus cuentos completos y despliega sus páginas ante sus ojos contempla el esplendor de su prosa y queda hipnotizado por sus cuentos, al igual que, el pavo real, hipnotiza con los ocelos al extender las plumas de su cola. Su obra es la causante de la elevación de la autora de simple ave corriente a ese estado regio en la literatura del siglo XX comparando su prosa con la de Kafka, Mann o Joyce.
Llegados a este punto deberé realizar una aclaración, puesto que, con total seguridad, no entenderán este afán de comparar a la autora con un pavo real. La aclaración es simple y sencilla: Flannery O´Connor sentía devoción por las aves de corral, y, más aún, por las aves exóticas, en especial los pavos reales que en algunos de sus cuentos toman protagonismo. En El pavo este regio animal es el actor principal sin discusión por encima de ese muchacho perseguidor de algo más que del pavo real, de Dios, para matarlo. Ella contó que «a la edad de seis años tenía un pollo que caminaba hacia atrás y salió en los noticiarios the Pathé. Yo salía también con el pollo. Estaba allí para ayudar al pollo, pero fue el punto culminante de mi vida. A partir de ahí todo ha sido un anticlímax.» Dicho noticiario se emitía en toda la nación norteamericana y sabemos de la fuerza de la imagen frente a la palabra escrita para el gran público, por lo que, las palabras de la autora están cargadas de razón: su fama como escritora fue superada por aquella imagen en movimiento. Además, mientras estoy escribiendo estas líneas, tengo presente el motivo de este artículo: atreverme a incitar a los lectores a que lean los cuentos de Flannery O´Connor. Y, como sabe todo buen predicador sureño, la premisa para aclamar un mensaje es llamar la atención sobre los fieles, en este caso de futuros lectores de su obra.
Flannery O´Connor es una escritora católica sureña. Dos adjetivos que no se pueden obviar a la hora de hablar de su obra. La autora era una devota católica —que no piadosa— en un mundo protesta: su estado natal, Georgia. Para un europeo puede ser difícil de entender que se adjetive al escritor por la religión que profesa, sin embargo, hablamos de un país donde la preocupación por lo espiritual puede decantar unas elecciones a la presidencia de la nación, el denominado: voto religioso. Y, si hablamos de los estados sureños, este fervor religioso cae sobre su población como el Espíritu Santo lo hizo sobre los apóstoles. Flannery O´Connor muestra un elenco de personajes sureños buscando la redención. Es decir, la acción y efecto de redimir. Y, redimir, proviene del latín redimére que significa: Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio. La redención que nos muestra la autora tiene una visión más allá del católico, a pesar de que, en algunas ocasiones, se otorgue como «arte católico» su obra. En este momento huelga decir que si Flannery O´Connor me debiera adjetivar sólo pronunciaría una palabra: ateo. Y, volviendo a las definiciones de la Real Academia de la Lengua, ateo significa: Que niega la existencia de Dios. Mi propósito es mostrar que «su arte» es universal fuera de adjetivos religiosos. El religioso John Wauck, profesor de la Pontificia Universidad della Santa Croce en Roma, pronunció estas palabras en un simposio sobre la obra de la autora: «El estilo de Flannery O’Connor es un ejemplo de lo que el arte católico puede lograr cuando tiene influencias teológicas sofisticadas, junto a un fondo filosófico riguroso. También muestra la dedicación tan profunda que tenía O’Connor por el arte de la escritura.» Sin embargo, las palabras de su prima Louise Florencourt en dicho simposio expresan con mayor claridad el mensaje de los escritos de la autora: «Su mensaje es un mensaje católico. Pero escribe en un contexto secular. Porque ella vivía en un mundo secular». La universalidad de la obra de Flannery O´Connor reside en ese contexto secular dirigido no sólo a un mundo secular sino también laico. La búsqueda de la redención —rescatarnos de nuestra esclavitud por medio de un precio— se palpa en el ser humano por naturaleza. Y, aunque el camino a seguir entre ateos y religiosos se muestre distinto, los cuentos de la autora muestren ese camino no de una forma local sino universal.
Sus cuentos se escriben sobre un lienzo sureño que tanto temor me procesa. Un mundo grotesco y feroz donde conviven lo espiritual y la maldad en ocasiones como amantes. Tendemos a pensar que la ficción cinematográfica o literaria muestra la sociedad sureña de una manera irreal cuando no es cierto, sólo nos parece irreal lo que no es cotidiano. Los cineastas y escritores norteamericanos muestran un reflejo exacto de su sociedad. Leyendo los escritos de cada uno de ellos e interesándonos por sus biografías uno se da cuenta que reflejan la realidad que les rodea desde su punto de vista. No obstante, nos centraremos en el sur. No intentaré describir la jerarquía social sureña —que tan pocos cambios ha tenido desde mediados del siglo pasado—, dejando su descripción a la protagonista de Revelación: «…En la base del montón estaban casi todos los negros, no los de la clase que ella hubiera sido, pero sí la mayor parte. A su lado —pero no más arriba, simplemente aparte—, estaba la gentuza blanca. Encima estaban los que tenían casa propia, y por encima de ellos los que tenían casa y tierras, como ella y Claud. Por encima de ella y Claud estaba la gente con mucho dinero y con casas mucho más grandes y muchas más tierras. Pero al llegar a este punto la complejidad empezaba a desorientarla…» En sus cuentos la sociedad y paisajes sureños los dota del mismo protagonismo que las visiones de sus personajes. Flannery O´Connor no narra sino, a través del personaje, crea una visión del mundo que lo rodea transmitiendo al lector esa visión. Ella decía que estábamos en una época de aumento de la sensibilidad y pérdida de la visión. En sus relatos no encontraras sentimentalismo pero sí podrás visionar un mundo evocado a la perdición donde la gracia es concedida al que no lo desea, una gracia que aspira a poner al protagonista en el camino de la salvación. «Escribo para un auditorio que no sabe lo que es la gracia y que no la reconoce cuando la ve. Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que las historias son duras, sin esperanza, brutales.» Y lo son, a pesar de lo que ella pensaba. Lo son porque la salvación —moral o espiritual— es un camino tortuoso. El mal, tan presente en sus cuentos, es el camino fácil. Aquí comprobamos la universalidad de sus cuentos, puesto que, el mal y la salvación están presentes tanto en la ética como en la religión, y, por tanto, cualquiera que lea a Flannery O´Connor podrá entender su obra.
Su obra de ficción consta de 31 relatos y 2 novelas —Sangre Sabia y Los violentos lo arrebatan—, publicada en nuestro país en su totalidad por la editorial Lumen. No obstante, existen numerosas biografías en las que los interesados en conocer diversos detalles sobre su vida podrán saciar su curiosidad. Por lo que me centraré en escribir sobre su «arte universal» e intentaré mostrarles el camino de baldosas amarillas hacia el mundo de ficción de Flannery O´Connor.
La primera premisa es sencilla: nunca, y digo nunca, intenten leer sus novelas antes que sus relatos. Existe un aprendizaje de Flannery O´Connor a través de sus relatos como los submarinistas aprenden a bucear cerca de la orilla del mar y se introducen en las profundidades del océano una vez adquieren experiencia. Por ello, debemos leer primero sus obras tempranas y lentamente adquirir fuerza moral para entender y disfrutar con sus cuentos más grotescos, desoladores y cómicos que la autora escribió.
Comenzaré recomendando la lectura de algunos de sus cuentos tempranos donde se comienza a vislumbrar la comicidad de la autora y donde se capta la visión que tenía del mundo que la rodea.
En El pavo un joven muchacho comienza la persecución por el campo de un pavo herido. El júbilo, el cansancio, la resignación, se va apoderando de él durante el camino hacia un fin: la captura del pavo, de Dios. La comicidad en el relato se palpa en frases como éstas:
«—Me cago en Dios —dijo en voz alta. Notó que la cara se le encendía y que de repente el pecho le golpeaba con fuerza—. Me cago en Dios santo —dijo con voz apenas audible. Miró por encima del hombro y no vio a nadie.
(…)
—Padre nuestro que estás en los cielos, mira pa atrás y chúpate un hielo —dijo riéndose como un tonto.
Vaya, si su madre llegaba a oírlo, le rompía la crisma. Me cago en Dios, le partía la crisma como que hay Dios. El ataque de risa fue tan grande que tuvo que darse la vuelta.»
Otras de mis recomendaciones, por ser capítulos dentro de su novela Sangre Sabia, son los cuentos donde aparece el personaje de Enoch Emery: El pelapatatas, El corazón del parque y Enoch y el gorila. Enoch es un personaje tan tierno como odioso. Un adolescente rural que se siente perdido dentro de la gran ciudad. Un ser sobre el que recae la gracia sin llegar a desearlo.
En El pelapatatas podemos evidenciar la situación de desazón del personaje en la gran ciudad. Algo que todos los personajes de los cuentos de O´Connor tienen en común. En un momento del cuento Enoch Emery le dice a Hazel Weaver:
«—Tengo diciocho años na más —lloriqueó Enoch—, y él m´ha obligao a venir y no conozco a nadie, aquí nadie quiere tener na que ver con nadie. La gente no es amable. Él se fue con una mujer y m´ha obligado a venir, pero ella no le va durar mucho, la va moler a palos y la va dejar sentada en una silla. Eres la primera cara conocida que veo en dos meses, yo a ti t´he visto antes. Sé que t´he visto antes.»
En El corazón del parque destacaré el momento de gracia sobre el personaje de Hazel Weaver. La gracia recae sobre Hazel por medio de las advertencias sobre Enoch de una camarera de un bar, y la negación de Hazel al no desearla:
«Señor —dijo la mujer—, no hay nada más dulce que un muchacho limpio. Pongo a Dios por testigo. Y distingo a un muchacho que qu´es trigo limpio en cuanto lo veo, así como distingo a un hijo de puta en cuanto lo veo, y qué diferencia, vaya qué diferencia, y ese cabrón, granujiento, que chupa la pajita, es un maldito hijo de puta y tú, qu´eres trigo limpio, más te vale fijarte con quién te juntas. Porque yo distingo a un muchacho limpio en cuanto lo veo.(…)
—No soy trigo limpio —dijo Hazel.
Enoch no oyó aquellas palabras hasta que Hazel las repitió.
—No soy trigo limpio —repitió, sin torcer el gesto, sin que le temblara la voz, mirando a la mujer como quien mira un pedazo de madera.»
Una vez hemos leído algunos de sus cuentos tempranos estamos preparados para alejarnos de la orilla y bucear en las profundidades del océano literario de Flannery O´Connor.
En Un hombre bueno es difícil de encontrar, uno de sus relatos más famosos, una familia viaja hacia Florida y por designios del destino o por insistencia de la anciana, la abuela de los niños, se desvían del camino para enseñarles la granja donde se crió. En aquel desvió del camino se topan con un asesino, al que llaman el Desequilibrado. El Desequilibrado, un negativo de Cristo, conversa con la anciana hasta que le reconoce. Un gran error por su parte y que conlleva, mientras la conversación fluye entre ambos, a oírse de fondo disparos efectuados en el bosque, tantos disparos como ocupantes del vehículo.
«—Jesús es el único qu´ha resucitao a los muertos —continuó el Desequilibrado—, y no tendría qu´haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces solo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces solo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad. No hay placer, sino maldad —dijo, y su voz casi había transformado en un gruñido.
(…)
—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenió a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.»
Pudiera ser tedioso ir comentando cada uno de los relatos. Por tanto, con las pinceladas expuestas podrán hacerse una idea de la manera de ver el mundo de Flannery O´Connor.
También destaco los relatos premiados con el O´Henry Prize: Greenleaf (1957), Todo lo que asciende debe converger (1963) y Revelación (1965). Dichos premios son los más importantes que se otorgan a las Short Stories publicadas en revistas norteamericanas. Un premio otorgado a escritores como Truman Capote, Stephen King, Raymond Caver, Saul bellow, Woody Allen, Jhon Cheever, o William Faulkner entre otros.
Y por último destacar entre todos sus relatos el que consideraba su mejor cuento: El negro artificial. «El negro artificial es mi relato favorito y probablemente la mejor cosa que jamás voy a escribir», escribió en unas de sus cartas. Sobre este cuento comulgo con las palabras de la autora, puesto que, una vez leídos todos sus cuentos sigue siendo uno de mis preferidos. Ya no por su estilo impecable y el arte de la escritura de la autora sino porque una vez lo lees llegas a saber algo, no sé el qué, pero algo. Pudiera ser que la gracia me ha sido concedida, a pesar de no quererla. Una gracia sobre un negador de la existencia de Dios.
Que les puedo decir más. No puedo exigirles que tengan fe en mis palabras. «Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.» (Juan 20, 27-29) No crean sin leer, no crean en mis palabras sin leer su obra. Soy un predicador —que no profeta— de la obra de Flannery O´Connor.
En unas de sus cartas escribió que «me parece que puedo garantizar que santo Tomás amaba a Dios porque, por más que lo intento, no puedo dejar de amar a santo Tomás.» Y para finalizar este intento de ensalzar la figura literaria de la autora sólo puedo decir: Me parece que puedo garantizar que Flannery O´Connor amaba la escritura porque, por más que lo intento, no puedo dejar de amar a Flannery O´Connor.
Por Miguel Ángel Maroto (topito).
3 comentarios:
Es un artículo estupendo, ya me ha entrado ansiedad por ir a buscar algo de la autora.
Esto sí que es una reseña, caramba.
No conocía a la señora, pero he acabado con ganas de conocerla.
Buenas citas.
Lo mismo que a Julia y a Igor, con tu artículo has puesto en marcha nuestra curiosidad sobre la autora ¡gracias!
azu
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