Edgar Allan Poe nació un 19 de enero, de 1809. Es sin duda una figura de referencia de la literatura de todos los tiempos y es también un mito. Su vida desordenada, su depresión, su alcoholismo, pero sobre todo su muerte, lo han convertido en una figura legendaria, en el prototipo de genio bohemio. Tal vez fuera solo un inadaptado de imaginación desbordada y algo lúgubre. Seguramente en sus pesadillas sus adicciones y su desordenada personalidad tuvieron mucho que ver, y el simplemente las encauzo hacia sus cuentos.
Lo encontraron el 3 de octubre de 1849 delirando, sin poder dar razon de su estado, incoherente y enajenado, en las calles de Baltimore. Murió sin recuperar la conciencia cuatro días después. Aun no sabemos la causa. Fue enterrado en cementerio de la ciudad en la que falleció en soledad.
Desde 1949 un desconocido dejaba de madrugada en su tumba el día de su cumpleaños, tres rosas y media botella de coñac. Pero este año ese desconocido que acudía con el alba a encontrarse con su viejo amigo y brindar con él, ha faltado a la cita y la inquietud se apoderado de quienes seguían de cerca este reencuentro.
Nadie sabe quien era el admirador, nadie quiso saber quien se escondía tras el largo abrigo y un sombrero que le velaba la cara. Tal varias personas a lo largo de estos 60 años fueron tomando el testigo, pero esta última cita quedo en el aire y la memoria se tiñe de nostalgia, porque algo se ha perdido entre las lápidas y el romanticismo del recuerdo nos trae a los admiradores del poeta una pizca de tristeza.
Lo encontraron el 3 de octubre de 1849 delirando, sin poder dar razon de su estado, incoherente y enajenado, en las calles de Baltimore. Murió sin recuperar la conciencia cuatro días después. Aun no sabemos la causa. Fue enterrado en cementerio de la ciudad en la que falleció en soledad.
Desde 1949 un desconocido dejaba de madrugada en su tumba el día de su cumpleaños, tres rosas y media botella de coñac. Pero este año ese desconocido que acudía con el alba a encontrarse con su viejo amigo y brindar con él, ha faltado a la cita y la inquietud se apoderado de quienes seguían de cerca este reencuentro.
Nadie sabe quien era el admirador, nadie quiso saber quien se escondía tras el largo abrigo y un sombrero que le velaba la cara. Tal varias personas a lo largo de estos 60 años fueron tomando el testigo, pero esta última cita quedo en el aire y la memoria se tiñe de nostalgia, porque algo se ha perdido entre las lápidas y el romanticismo del recuerdo nos trae a los admiradores del poeta una pizca de tristeza.
1 comentario:
¿No será Salinger ese desconocido, verdad?
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