Con un espontáneo “¡Tengo hambre!”, Javier Yanes comenzó el desayuno-coloquio preparado para la presentación de su obra bajo el enigmático título de: Si nunca llegó a despertar. Tras esa anécdota, Yanes, de aspecto campechano e informal, camisa abierta y pelo alborotado; afirmó que “es más fácil escribir una novela que tener que presentarla”.
En palabras del autor, el título tiene su correspondencia en lo que los padres anglosajones les decían a sus hijos antes de acostarse para que Dios se apiadase de su alma. No obstante, con ello el autor no quiere referirse a eso sino al sueño tenido por Toño, el protagonista de la historia, que le retrotrae a un hecho acaecido en su infancia de vital importancia. Todos los capítulos de la novela comienzan con la palabra
La obsesión de Yanes por escribir una novela sobre la infancia viene motivada por sus recuerdos de libertad que le evoca y si bien los niños de hoy en día no gozan de la misma libertad que antaño, el sueño simboliza ese mundo libre de barreras. Para Yanes, su novela se sitúa “en la frontera entre el sueño y la realidad”. Una novela que el la define con un concepto nuevo, novela blanca por su “luminosidad y tono vitalista” pero en la que también aparecen claroscuros.
Los finales de sus obras, es uno de los motivos que esgrime Yanes para disfrutar escribiendo. Los cuida mucho y busca que todo esté rematado, procurando deparar alguna sorpresa o aportar algo al lector que no tenía antes. Concluyó con un alegato a malgastar el tiempo y a no tener una vida metódica y planificada: “en mi infancia, el paraíso era donde disponía el tiempo a mi manera”.
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