En estos tiempos de condenas a treinta años por firmar un crédito hipotecario, de Euribor galopante y casas menguantes, de bloques-colmenas y centros comerciales-hormigueros, a ti te gusta soñar con la fantasía de un tipo que despierta la admiración de unos y el desdén de otros, Jules Verne. Y es que siendo tú del primer grupo, de los que le admiran, no dejas de pensar en aquella ciudad que imaginó en 1879 (para su obra “Los quinientos millones de la Begum”) al borde mismo del Océano Pacífico, en los Estados Unidos, Oregón, y que bautizó con el chouvinista nombre de France-Ville, una cuidad tan perfecta que aún hoy sigue siendo una utopía.
(>>Escuchas esta música porque, en su serenidad, te recuerda a France-Ville:
http://media.putfile.com/Air-de-Les-Boreades-Rameau-para-France-Ville )
Desde el más mínimo detalle observas que Verne puso todos sus sueños en construir-escribir esta cuidad, donde todas las casas, de no más de dos pisos, serán unifamiliares con un pequeño terreno para árboles, césped y flores, tendrán la cocina y la despensa en el piso superior, ascensor para subir la carga y el agua perfectamente canalizada y “puesta a precio reducido”.
Sonríes al comprobar la escrupulosidad del escritor en algunos detalles aparentemente insignificantes, como la afirmación de que las alfombras y papeles pintados son el refugio perfecto para “verdaderos nidos de miasmas y laboratorios de venenos”, la pertinencia que el dormitorio se baste y sobre con cuatro sillas y una cama de hierro, la necesidad de que cada habitación posea su propia chimenea alimentada con leña o carbón o la obligatoriedad de que “ninguna prenda de ropa interior vuelva a su propietario sin haber sido lavada verdaderamente a fondo, y se tenga especial cuidado en no mezclar ropas de dos familias distintas”.
¿Dónde puedes hallar, en estos tiempos, una ciudad con calles en ángulos rectos, plazuelas con jardines adornados por copias de obras maestras de la escultura, donde no se tolere la ociosidad ni la vagancia, donde los niños estén obligados desde los cuatro años a “seguir ejercicios intelectuales y físicos”, donde el agua corra a torrente por todas partes y donde se castigue a quien venda alimentos en mal estado?
Pero donde más te sorprende Jules Verne, en estos tiempos de Sanidades Públicas masificadas y largas listas de espera, es en su particular visión de la Sanidad, particular porque los hospitales que serán escasos en número atenderán únicamente a forasteros sin asilo y a casos excepcionales, porque los hospitales sólo tendrán un número de entre veinte y treinta enfermos y porque la población será atendida por un “sistema de socorros a domicilio”.
En resumidas cuentas, a día de hoy, toda una utopía.
Pero Jules Verne, admirado por unos y ninguneado por otros, consciente de que el Hombre fluctúa entre lo mejor y lo peor, contrapone en “Los quinientos millones de la Begum” a esta cuidad perfecta el reverso de la moneda, la Ciudad del Acero, Sthalstadt.
(>>Escuchas esta música porque, en su brutalidad, identificas con Sthalstadt:
http://media.putfile.com/Track24-69 )
Una simple descripción basta para que te hagas una idea de ella: “una masa oscura, colosal, extraña, una aglomeración de edificios regulares perforados por ventanas simétricas, cubiertos de tejados rojos, coronados por un bosque de chimeneas cilíndricas, que vomitan por sus mil bocas torrentes continuos de vapores fuliginosos. (…) El viento trae al oído un gruñido lejano, semejante al de un trueno o al de la mar gruesa”.
La construcción asemeja una fortaleza, pues es una circunferencia con sectores limitados a modo de radios por una línea fortificada y un foso. Te preguntas si el escritor, gracias a su fama de visionario, no estaba anticipando ya, en 1879, el Nazismo o más todavía, estos tiempos de hoy, de inmigraciones, de países de Primer División y países de Tercera, de fronteras y alambradas, donde a un inmigrante sólo le falta que le pidan para entrar en un Madrid o en un Barcelona una contraseña como la que exigen para acceder a Sthalstadt.
Piensas en esas dos ciudades, en esas dos visiones del mundo y en Jules Verne escribiendo “Los quinientos millones de la Begum” no solamente para entretener a los lectores de su época, sino para alertar de un futuro incierto, de una sociedad que bien podría llegar a ser la de la orwelliana “1984”. Y dices, ¡guau!, qué gran escritor. Y te haces una promesa, la próxima novela que leas, después de finiquitar la que tienes en la mesita de noche, será una de Verne.
(>>Escuchas esta música porque, en su serenidad, te recuerda a France-Ville:
http://media.putfile.com/Air-de-Les-Boreades-Rameau-para-France-Ville )
Desde el más mínimo detalle observas que Verne puso todos sus sueños en construir-escribir esta cuidad, donde todas las casas, de no más de dos pisos, serán unifamiliares con un pequeño terreno para árboles, césped y flores, tendrán la cocina y la despensa en el piso superior, ascensor para subir la carga y el agua perfectamente canalizada y “puesta a precio reducido”.
Sonríes al comprobar la escrupulosidad del escritor en algunos detalles aparentemente insignificantes, como la afirmación de que las alfombras y papeles pintados son el refugio perfecto para “verdaderos nidos de miasmas y laboratorios de venenos”, la pertinencia que el dormitorio se baste y sobre con cuatro sillas y una cama de hierro, la necesidad de que cada habitación posea su propia chimenea alimentada con leña o carbón o la obligatoriedad de que “ninguna prenda de ropa interior vuelva a su propietario sin haber sido lavada verdaderamente a fondo, y se tenga especial cuidado en no mezclar ropas de dos familias distintas”.
¿Dónde puedes hallar, en estos tiempos, una ciudad con calles en ángulos rectos, plazuelas con jardines adornados por copias de obras maestras de la escultura, donde no se tolere la ociosidad ni la vagancia, donde los niños estén obligados desde los cuatro años a “seguir ejercicios intelectuales y físicos”, donde el agua corra a torrente por todas partes y donde se castigue a quien venda alimentos en mal estado?
Pero donde más te sorprende Jules Verne, en estos tiempos de Sanidades Públicas masificadas y largas listas de espera, es en su particular visión de la Sanidad, particular porque los hospitales que serán escasos en número atenderán únicamente a forasteros sin asilo y a casos excepcionales, porque los hospitales sólo tendrán un número de entre veinte y treinta enfermos y porque la población será atendida por un “sistema de socorros a domicilio”.
En resumidas cuentas, a día de hoy, toda una utopía.
Pero Jules Verne, admirado por unos y ninguneado por otros, consciente de que el Hombre fluctúa entre lo mejor y lo peor, contrapone en “Los quinientos millones de la Begum” a esta cuidad perfecta el reverso de la moneda, la Ciudad del Acero, Sthalstadt.
(>>Escuchas esta música porque, en su brutalidad, identificas con Sthalstadt:
http://media.putfile.com/Track24-69 )
Una simple descripción basta para que te hagas una idea de ella: “una masa oscura, colosal, extraña, una aglomeración de edificios regulares perforados por ventanas simétricas, cubiertos de tejados rojos, coronados por un bosque de chimeneas cilíndricas, que vomitan por sus mil bocas torrentes continuos de vapores fuliginosos. (…) El viento trae al oído un gruñido lejano, semejante al de un trueno o al de la mar gruesa”.
La construcción asemeja una fortaleza, pues es una circunferencia con sectores limitados a modo de radios por una línea fortificada y un foso. Te preguntas si el escritor, gracias a su fama de visionario, no estaba anticipando ya, en 1879, el Nazismo o más todavía, estos tiempos de hoy, de inmigraciones, de países de Primer División y países de Tercera, de fronteras y alambradas, donde a un inmigrante sólo le falta que le pidan para entrar en un Madrid o en un Barcelona una contraseña como la que exigen para acceder a Sthalstadt.
Piensas en esas dos ciudades, en esas dos visiones del mundo y en Jules Verne escribiendo “Los quinientos millones de la Begum” no solamente para entretener a los lectores de su época, sino para alertar de un futuro incierto, de una sociedad que bien podría llegar a ser la de la orwelliana “1984”. Y dices, ¡guau!, qué gran escritor. Y te haces una promesa, la próxima novela que leas, después de finiquitar la que tienes en la mesita de noche, será una de Verne.
Firmado: Turangalila (Alejandro Castroguer)