miércoles, 12 de febrero de 2014

Encuentro con Cornelia Funke en Colonia



El pasado miércoles tuve la gran suerte de asistir al encuentro de Cornelia Funke con sus lectores que tuvo lugar en Colonia, dentro del programa literario LitCologne que se celebra todos los años por estas fechas.
La verdad, no sabía muy bien qué me esperaba. ¿Habría sólo niños? ¿Quedaríamos fuera de lugar mi pareja, a la que tuve que arrastrar, y yo? ¿Tendría aunque fuera un segundito para hablar con ella? ¿Me haría algún caso?

Pues bien, es cierto que nosotros dos éramos de los pocos adultos que estaban allí sin niños, y también es cierto que había muchísimos niños, pero aun así, no me sentí en ningún momento fuera de lugar. De hecho, me parece que los adultos atendíamos a la escritora más embobados que los propios niños, algunos de los cuales empezaron a dar signos de cansancio a medida que el acto llegaba a su fin.



Cornelia Funke atrapó nuestra atención desde el principio y no la soltó hasta el final, tanto mientras leía de su último libro El caballero fantasma, como cuando respondía a las preguntas que le hacía el público. Dos moderadores iban pasando el micrófono a los niños que pedían su turno levantando la mano. “A ver qué preguntas hacen estos críos, seguro que se repiten y todo”, pensé yo. Nada más lejos de la realidad: las preguntas eran a cual más interesantes, y no se repitió ni una, a pesar de que quizá respondió a unas veinte a lo largo de todo el acto. Y lo hizo con una simpatía, frescura y sinceridad más propias de un niño que de un adulto de cincuenta y cinco años, edad que confesó tener entre risas “a pesar de lo alegre y vital que soy”. Me impresionó ver que hasta mi pareja, que ya digo que fue un poco arrastrado y sin esperar nada del evento en cuestión, escuchó encantado toda la hora y media que duró el acto.

Y las preguntas giraron en torno a sus libros (dijo que, aunque había dejado de contarlos, ¡habrá escrito unos sesenta!), sus personajes, sus mundos, su carrera profesional y un poco su vida personal. En cuanto a sus personajes confesó haberse inspirado en uno de sus hijos para crear tanto el personaje de Jacob como el de Will, los dos hermanos protagonistas de su última trilogía, Reckless. Dijo sentirse identificada especialmente con Fux, medio mujer, medio zorro, también protagonista de su último mundo detrás del espejo.



Respecto a su carrera profesional, contó que, en realidad, ella fue durante mucho tiempo ilustradora de libros infantiles, hasta que un día, aburrida de los insípidos libros que tenía que ilustrar, se puso a escribir una historia tal y como a ella le gustaría que fuera, llena de todos los elementos que la fascinaban como lectora. Y en algún momento dado, pasados unos años y con unas cuantas novelas a sus espaldas, se dio cuenta de que lo que realmente le gustaba era escribir, y decidió dedicarse de lleno a la escritura.

Habló de cómo iba de pequeña con su padre a la biblioteca municipal, en la entrada se separaban, él iba a la sección para adultos y ella a la infantil, y después regresaban los dos a casa cargados con su respectiva montaña de libros. Recomendó a los niños viajar y vivir un tiempo en el extranjero como una experiencia irrepetible y que te ayuda a conocerte a ti mismo y a tu propio país, mucho mejor que sin salir jamás de él.

En fin, un auténtico placer escucharla. Como botón inevitable del encuentro, al final firmó, pero sólo dos libros por persona y sin dedicatoria. Se disculpó mil veces, pero de otro modo todavía estaríamos allí, ya que la cantidad de asistentes al encuentro rondaría los 800, y había niños con verdaderas pilas de libros en las manos. 

Y en todo este caos, cuando, después de una media hora apretujada entre niños y mamás, conseguí al fin estar unos segundos delante de ella, entregarle mis dos ejemplares y decirle que soy su traductora al español para el mercado mexicano, tuvo el detalle de darme la mano y decirme, con una sorpresa y alegría que interpreté sinceras, que era un honor conocerme. Me temblaban las piernas como a una quinceañera conociendo a su ídolo musical

Margarita Santos (Murke)
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sábado, 8 de febrero de 2014

Renovando las Herramientas de Escritura


(la personalidad del artista, manifestándose sobre el papel)

No hace mucho, me enzarzaba en una disputa (amistosa) con un miembro del foroAbretelibro!, a cuenta del modo en que cada uno redactaba sus obras. Durante una visita a la exposición sobre la RAE organizada en la Biblioteca Nacional de Madrid, de algún modo habíamos empezado a hablar sobre plumas estilográficas, y me horrorizó descubrir que este amigo trabaja directamente en el procesador de textos de su ordenador. 

La lógica, bien es cierto, le otorga muchos puntos a mi rival dialéctico: al escribir en formato digital se eliminan pasos intermedios, se ahorra papel (lo cual le permite jugar la baza "ecológica") y es prácticamente imposible que se te traspapele esa nota vital en la cual habíamos resuelto el nudo argumental que tanto se nos había estado atragantando (aparte de no necesitar tres cajones para guardar todo el material acumulado).

Sin embargo, continúo resistiéndome a cambiar mi sistema de escritura. Primero, porque en la palabra escrita en papel me reconozco como autor. Suena engolado y arrogante, pero es así. Mi personalidad y mi estado de humor se reflejan en el trazo, y eso es algo que el teclado no me da (además de que no se me ocurre una forma mejor de escribir historias Steampunk que usando una pluma). Pero, sobre todo, me gusta escribir en papel porque puedo ver después el proceso creativo del manuscrito original: los tachones sucesivos en una frase que se resistía a ser construida; las indicaciones para reorganizar frases o cambiar de lugar párrafos enteros; las notas en los márgenes con ideas que se me iban ocurriendo y no quería olvidar... 

Aún más, después de meses (o años), abrir un cuaderno y repasar lo que hay escrito dentro resulta revelador. Ver pasajes que se han redactado con una facilidad pasmosa, o los momentos en que una escena se volvía intraducible en palabras. Descubrir que alguna idea de la trama se desvaneció en un callejón sin salida, o que ese giro genial fue una inspiración de última hora... Todo eso se pierde al pasar al formato digital (aunque, en mi caso, podría repasar la evolución desde el manuscrito original hasta el texto definitivo, porque me gusta hacer las correcciones sobre una versión impresa) y le resta a la escritura ese valor romántico que yo le doy.

De hecho, al escribir en papel pude darle las gracias a uno de mis "lectores beta" de un modo que hubiese sido imposible si me limitara al texto informático: le regalé el cuaderno con los textos originales de una serie de cuentos, que me había ayudado a repasar y pulir durante meses.

Todo lo dicho viene a cuento de que, sólo unos días después de ese intercambio de opiniones, decidí que necesitaba darle un descanso a mi fiel compañera de escritura. No porque hubiese dejado de funcionar, si no porque, tras seis años escribiendo con la misma pluma estilográfica, mi vestuario empezaba a correr peligro por culpa de un capuchón que ya no se ajusta como debiera. 

(las nuevas culpables de mi calidad literaria)

Así que, cometiendo un exceso, me he provisto de dos estilográficas nuevas (mejor que sobre... ya se sabe), que espero continúen convirtiendo mi inspiración en algo merecedor de ser leído más tarde. Al menos, de momento parecen muy dispuestas a hacer que mi caligrafía resulte más atractiva a sus lectores.

¡Larga vida a tinteros, plumines, palilleros y convertidores!

Rafael González (Kharonte)

Compartimos  hoy  reflexión con el blog Párrafos Perturbados 
 
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