En pleno Paseo de Gracia, durante un par de semanas, a parte de las habituales tiendas de marca y joyerías con precios desorbitados, nos encontramos con una pequeña gran sorpresa para los amantes de los libros. Se trata de la Fira del llibre d’ocasió antic i modern, que este año celebra su 59ª edición.
Arrancando ya a la altura de Plaça Catalunya, y durante cuatro o cinco manzanas, vamos encontrado distintas paradas de librerías de todas partes del país. Desde una librería especializada en primeras ediciones, donde la más económica puede salir alrededor de unos 500 euros, hasta librerías de viejo, con montañas, literalmente, de libros de lo más variopinto y con precios que van desde la ganga hasta los marcados por el mercado y que podrías encontrar en cualquier librería por un libro recién salido de imprenta. Abundan las ofertas de 3x2, los libros a 5€, y las ediciones de bolsillo, aunque eso no significa que no puedas encontrar otros precios u otros tipos.
Yo fui ya en la recta final de la Fira, cuatro días antes de que finalizara. Serían las dos y media o las tres de la tarde, no había excesivamente gente por la calle, llevaba veinte euros en metálico, un bolso grande, y una cantinela en mi cabeza que me había ido repitiendo durante el trayecto hacia allí para concienciarme de no comprar nada que no me pareciera realmente un chollo, y, claro está, no excederme de ese presupuesto que llevaba en el monedero.
Al llegar a la primera parada, ese olor tan característico de los libros viejos impregnaba toda la parada, y era realmente imposible reprimir una media sonrisa de complicidad hacia el ambiente, hacia los libros allí expuestos. Pensé que, como era muy temprano y tenía toda la tarde libre, lo mejor sería primero pasearme por todas las paraditas y echar una ojeada, y luego, al deshacer el camino andado, irme parando para comprar lo que hubiera visto que me interesaba. Además, tenía en mente hacerme con algo de Max Aub, (para aquellos que no lo sepáis, desde hace bastante tiempo mantengo un precioso e idílico romance con la literatura de este buen señor).
Tras mirar un poco por esa primera parada, comprobé que la mayoría de libros allí expuestos no acaban de interesarme, y, quizás porque la tenía justo delante, me puse a hojear una Breve historia de la literatura española.
- Este que estás mirando vale 12 euros - dijo una voz que se había personificado a mi izquierda.
Miré al hombre en cuestión, un tipo bastante normal, ni alto ni bajo, más bien fuerte que delgado, con el pelo negro y rizado, de unos cuarenta años de edad, y le sonreí mientras asentía, dándole de ese modo las gracias por la información. Él, que supuse que sería el encargado de la parada, no pareció satisfecho con mi gesto, y siguió allí plantado. Siempre me ha molestado un poco eso de que me observen tan detenidamente mientras estoy mirando algo que quizás vaya a comprar, o quizás no, así que empecé a sentirme ciertamente incómoda, y seguí con la mirada fija en las páginas del libro que tenía en las manos, fingiendo un gran interés por aquellas páginas, aunque en realidad ni siquiera estaba prestándoles verdadera atención.
- ¿Buscas algo en particular? – preguntó, dirigiéndose de nuevo a mí.
- Pues no, gracias, sólo estaba mirando… - le dije en tono amable, esperando que eso fuera suficiente para que centrara su atención en cualquier otro posible comprador.
- Ah, vale, pero si quieres cualquier cosa y no la ves, no tengas apuro en preguntarme, eh – me respondió sonriendo.
En ese momento se me encendió la bombilla, y el nombre de Max apareció en mi mente.
- Bueno, sí, ahora que lo dice… ¿No tendría por casualidad algo de Max Aub?
El hombre pareció sorprenderse en un primer momento, y luego me sonrió de una forma que en ese instante no supe interpretar.
- Sí, pero no es lo que estás buscando, no te interesará.
En ese momento identifique esa mueca con una descarada suficiencia que hirió un poco mi amor propio, y con un tono más duro del que hubiera querido usar le pregunté sencillamente que por qué.
- Porque es una primera edición – me respondió con esa misma sonrisa.
Le miré perpleja unos instantes, y en seguida le pregunté con una chispa de fascinación en los ojos si podía verla. Él se lo pensó unos segundos, y luego me dijo que sí, claro, faltaría más, y se dirigió al interior del mostrador, donde estuvo unos minutos rebuscando. Mientras, yo iba pensando de qué primera edición se trataría y cuánto podría costar. Por mi poca experiencia en ese sector, imaginé que rondaría quizás los 100 euros, como mucho, y que quizás, si era una buena primera edición, podría hacer un esfuerzo económico y plantearme la posibilidad de adquirirla… Estando yo en esas cavilaciones, el hombre me silbó desde el otro lado del mostrador, y me indicó que pasara. Yo, muerta de curiosidad mal disimulada, me acerqué a él, y vi como desenfundaba de un plástico transparente una edición de Espejo de avaricia, Valencia, 1927. Tenía el mismo aspecto que los facsímiles que edita de vez en cuando la Fundación que lleva su nombre, pero se veía que no era un facsímil. Le pregunté muy convencida el precio, y él, en lugar de decírmelo, dio la vuelta al libro y me señaló el ángulo derecho inferior. Tuve que mirar dos veces la cifra, y si hubiera tenido algo en la boca seguro que en ese instante me habría atragantado. Ese 700 escrito a lápiz no dejaba lugar a dudas: las primeras ediciones no estaban al alcance de mi bolsillo.
- ¿Ves? Ya te dije que no era lo que buscabas – confirmó el hombre, como si acabar de leerme el pensamiento, aunque supongo que en realidad se limitó a leerlo en mi cara.
Yo volví a sonreír para darle la razón, le agradecí el gesto, y me fui hacia la siguiente paradita.
Algunas las pasé de largo, puesto que se trataba de paradas que a simple vista se notaba que eran de ediciones realmente antiguas que superaban los cien euros, y en otras me estuve un buen rato mirando entre los montones de libros, en busca de algún buen título por un buen precio. Los vendedores eran bastante amables, incluso en más de una ocasión me ofrecieron un taburete para que me sentara cómodamente y rebuscara por los últimos estantes. Rápidamente se me fueron las dos primeras horas sin que hubiera comprado todavía nada, pero habiendo visto tantos y tantos libros que empezaba a dolerme la cabeza. Como vi que todavía me faltaban un par de manzanas y la otra acera, pensé que lo más sensato sería volver para atrás, comprar los que hubiera visto, y volver al día siguiente, puesto que estaba realmente abrumada por la cantidad de libros que había llegado a mirar. Así pues, recorrí las tres que me quedaban de aquella manzana, donde, por cierto, en una de ellas encontré un libro de Aub por tres euros, aunque en una edición no demasiado buena, pero en muy buen estado, y compré un par de novelas más en otras paradas distintas.
Cuando volví a pasar por esa primera parada, el hombre de antes me sonrió y me preguntó con mucha naturalidad:
- ¿Qué? ¿Has encontrado algo de Max Aub?
Le contesté que sí, y él, que quizás no tenía demasiado trabajo y le apetecía hablar, me informó de que si estaba interesada podría intentar buscarme alguna edición que no fuera de las primeras por un precio más asequible, y me dio una tarjeta de su librería, invitándome a pasar una vez acabada la Fira. Le di las gracias, le dije que pasaría, y cuando ya me iba me dijo:
- Oye, si quieres ese libro de literatura que estabas mirando antes, te lo dejo por 10 euros.
Le miré con cierto interés, y cogí de nuevo el libro. Lo cierto era que estaba bastante bien, y no era tan breve como decía el título, así que aceptando su oferta, me lo quedé también.
Volví a casa la mar de satisfecha con mis cuatro compras, y, como había planeado, regresé al día siguiente.
Saqué dinero de un cajero, y cometí el error de no ir repitiendo la cantinela del día anterior para concienciarme de no gastar demasiado… Ese segundo día empecé por la acera de la derecha, la que me faltaba por ver. Al ser viernes había mucha más gente que el día anterior, tanto en las paradas como por la calle. En la primera en la que me paré encontré ya un par de gangas que ascendían casi a lo que había gastado el día anterior, pero eran verdaderas gangas. Se trataba de libros de la colección blanca de Crítica, que en cualquier librería pueden costarte a partir de 40€, y que allí los vendían por 5, 8 o 10. Claro, ante tal oportunidad no pude evitar comprar un par a 8 euros cada uno… En esa acera no había muchas paraditas, y pronto crucé a la de enfrente, y me puse a mirar las que me habían quedado pendientes el día anterior. En una de ellas encontré una de esas ofertas que tanto llaman la atención: 1 libro, 1’95€; 3 libros, 4’95€. Era como un 3x2, así que empecé a mirar los títulos y empecé a coger. Y, a la que quise darme cuenta, tenía ya cuatro en la mano. Ante la incertidumbre de dejar uno o coger otros dos, pensé que, total, ya que estábamos, no venía de un par de libros más. Así que salí de la parada con 6 libros más a cuestas. En la siguiente caí en la tentación y compré otro más. De modo que cuando llevaba poco más de una hora iba con cuatro bolsas llenas de libros que pesaban más que yo, y tenía que ir parándome porque no me notaba ni los dedos, que se me estaban quedando, más que rojos, morados. “¡No tienes remedio!...”, pensé. Así que, decidida a poner remedio a ese afán libro-consumista que me había dado, me dirigí hacia la estación sin mirar ninguna parada más, andando a paso tan firme como me permitía el enorme peso con el que cargaba. Pero, claro, resulta que también hay semáforos en Paseo de Gracia… Y al pararme en uno que estaba rojo, sin querer mirar, pero viendo, me fijé en una parada que el día anterior estaba cerrada y a la que no presté ninguna atención. Se trataba de una parada de Unicef, donde todo lo recaudado iría a dicha organización. Los libros que vendían eran de gente que los había llevado allí, o de librerías que los habían donado. Me acerqué sólo por curiosear, y encontré libros realmente buenos, nuevos, y al mísero precio de 2 euros cada uno… ¿Qué bibliófilo puede resistirse a algo así?... Yo soy débil, y sucumbí… Y salí de la parada con 6 libros más a cuestas, y con tantas bolsas que no podía ni andar, casi. La gente me miraba de forma extraña, y yo me moría de vergüenza, porque soy extremadamente tímida y no me gusta nada llamar la atención. Y claro, la llamaba, para qué negarlo… Si yo me cruzo con una chica que va cargada de bolsas de plástico verdes, marrones, blancas, donde sobresalen las siluetas de un montón de libros, con la cara roja por el esfuerzo, y que además se va parando cada X metros para abrir y cerrar las manos, y volver a coger las bolsas con más ímpetu, seguramente también me la habría quedado mirando…
Lo que está claro, pues, es que a mí personalmente me encantó la Fira, tiene un aire de lo más acogedor, y entre tanto libro te sientes como pez en el agua, por lo menos los que como yo disfrutamos casi tanto mirando y comprando libros como leyéndolos. Con paciencia y cariño, puedes encontrar buenos ejemplares por precios irrisorios, de todo tipo de libros y de literatura, para todas las edades y para todos los gustos.
Esta Fira es una cita con la cultura, ineludible para los amantes de la lectura, ya sea de libros antics o moderns, porque sin duda es una muy buena ocasión para disfrutar de esta pasión, que a veces puede convertirse incluso en un vicio.
Yo, personalmente, el año que viene no me la pierdo. Y te aconsejo que tú tampoco.
Chubbchubb