En la concepción de una novela histórica, este servidor tiene que reconocer que cada día su actitud es menos vehemente y tristemente, más resignada.
Donde antes ponía el grito en el cielo en defensa del rigor en la novela histórica, ahora encuentro el concepto tan relativo y su catalogación tan difícil, que no puedo reprochar nada a una novela mal ambientada o pretenciosa en cuanto a su veracidad.
Novela histórica. El concepto mismo, es contradictorio; lo que llamamos (o llaman los que usen la palabreja): oximorón, o sea, dos conceptos que van juntos sin cuadrar aparentemente, como inteligencia militar, daños asumibles, abogado honesto, armas inteligentes o felizmente casado (éste último es broma). Una novela, por mucha historia que contenga, no deja de ser ficción por naturaleza, y contiene licencias que pueden abarcar desde un simple matiz en la historia pura hasta la novela entera (ficción). Como dicen los historiadores que corrigen novelas: el papel lo aguanta todo. Al fin y al cabo, desde el momento en que nosotros no estábamos allí para constatarlo, hasta los libros de historia pueden ser ficticios, ya que, por ejemplo, la historia es la del ganador.
Dicho esto, evidentemente, un servidor, como otros autores actuales (llámense Garridos, Moratas, Aurensanz, Garcías, Corrales o Irisarris) que se preocupan por el rigor, y estudian, a veces durante más de un año antes de comenzar a escribir, no puede evitar apretar los dientes al ver una novela mal ambientada o que, sin aportar ninguna historia, pretende subirse al carro vendedor del género, pero sinceramente, ya no puede reprochar nada a estas novelas, porque son novelas, por mucho que se intente subdividir en géneros (historia novelada, novela ambientada, etc.) que se confunden.
Todo esto se resume en breve. Una novela debe entretener. Los pluses o valores añadidos que aporte no deben ser sino factores secundarios a buenas tramas, personajes bien construidos y ritmo rápido.
Que nadie se descorazone. Este autor y los que he citado, seguirán trabajando sus novelas como si fueran asignaturas de la carrera más difícil, pero a día de hoy, la definición del género es una utopía.
Partiendo de esta base, construir una novela histórica puede ser tan ambiguo como su concepto. Una trama ficticia en un marco cierto, personajes reales con tramas ficticias, historia real novelada… Con esto se construye el esqueleto de la novela. La ferralla de la casa. Uno o unos personajes que interactúan y cuya línea de tramas tenemos más o menos conceptuada. Si vemos que una trama o subtrama flaquea, al igual que se apuntala un edificio con un contrafuerte, se puede crear un personaje que rellene un hueco, un interrogante o una necesidad de unir estos hilos que aparentemente no cuadran.
Esta es la etapa más importante en cualquier novela, puesto que decidimos el destino de los personajes y las acciones, como en una partida de ajedrez, calibrando las opciones de tomar distintos caminos o jugadas (me repito, los que pretendan cuidar la historia, lo harán con la dificultad añadida de que todo debe cuadrar con la historia cierta y escrita). Personalmente, este servidor disfruta y sufre con esta etapa hasta el punto de no dormir. A menudo, las mejores ideas surgen de madrugada, tras darle mil vueltas a una jugada de ajedrez y las consecuencias de todas sus variantes. Es un reto tan complicado como apasionante. Las imágenes surgen en tu cabeza a un ritmo frenético y las posibilidades se presentan al mismo ritmo que se desechan. A menudo el proceso es tan complejo que requiere la ayuda de un entramado de croquis, notas, bases de datos, listas cronológicas y consultas a los libros de historia, que requiere multiplicar muchas veces la propia extensión de la novela.
Al fin damos con la luz y tenemos una o varias líneas argumentales completas. O no. Nada que objetar a quien escribe de manera instintiva, dejando que las tramas se resuelvan a medida que se escribe. El caso es que tenemos un esqueleto, la estructura de una casa, que cuadra en las tramas ficticias y en la historia, como un buen balance.
No nos engañemos. Sigue siendo novela, y si un escritor encuentra varias corrientes históricas de distinto rumbo, va a tomar aquella que mejor vaya con la trama argumental escogida, por lo que siempre habrá quien le acuse de no tomar el camino histórico correcto, pero esto, amigos, es tan relativo como responder en la realidad actual a la pregunta: ¿Cuál es la verdad objetiva, la de los periódicos de izquierdas o la de los de derechas?
Como he dicho, tenemos la casa en su esqueleto.
Es hora de comenzar a escribir, a llenar folios, a crear. A pasarlo bien.
Antes habremos hecho un perfil de los personajes. Los reales con mucha más razón, por la responsabilidad que tenemos con su legado, pero también los ficticios, para darles vida y evitar que todos parezcan el mismo. Hay muchas técnicas para ello. Los reales nos vienen dado por su herencia escrita, y será labor nuestra rellenar los huecos de su personalidad con sentido común. Los ficticios nos dan libertad creativa para parirlos a nuestra voluntad, buscando a menudo caracteres que contrasten con los personajes principales. Para estos, podemos imaginarnos una persona que conozcamos y reflejar su personalidad a nuestra conveniencia, incluyendo sus rasgos y defectos físicos, tics, manera de hablar, etc.
Como en toda novela, se debe cuidar el ritmo, intercalando descripciones, pensamientos, emociones, implicando al lector en sus vidas, sus actos y haciéndole partícipe de sus estímulos, sus alegrías y sus dolores. Es importante encontrar el equilibrio entre que la novela enganche, resultando rápida y atractiva, y por otro lado, la cantidad y calidad de las descripciones y sensaciones. Esto es muy importante, porque, recordemos, la novela histórica es novela. Lo demás viene más tarde.
A menudo, las novelas históricas pueden resultar lentas en un comienzo o difíciles de asimilar, porque es muy difícil integrar de repente al lector en el antiguo Egipto, la China medieval o la Navarra del comienzo de nuestra era, pero se compensa con tramas rápidas desde el principio, todo aderezado con la necesidad práctica de un comienzo impactante, puesto que los editores suelen leer el primer capítulo de un manuscrito para decidir (es un buen consejo para los principiantes) su publicación o no.
Para el lector, seguramente es más interesante un detalle curioso de la historia, tratado como un regalo inesperado, una anécdota o un maravilloso detalle que adorna la historia, que una sucesión de fechas, datos o nombres que debemos obviar. Nuestra misión no es dar clases de historia, sino interesar a los lectores por los libros de historia o ensayos. El mayor piropo que este escritorcillo ha recibido, es que ha habido lectores que han viajado al país reflejado en la novela, a raíz de su lectura.
Lo que tienen en común todos los subgéneros es una ambientación, un cuidado en los detalles. Un aporte de pequeñas gotas de historia, que debe ser dosificada, una vez tengamos creados los muros de la casa, vistiendo la novela poco a poco, sin abundar en un mismo párrafo o capítulo, para no resultar pedante. La historia debe estar integrada en la trama, y no metida con calzador.
Se añaden los muebles. Personajes de poco calado, que nos sirven para atar cabos sueltos, etc. Esta fase puede depender de lo que recomiendo: Un estudio de mercado donde se da a leer el manuscrito a unos cuantos lectores de confianza, expertos en distintos campos: lectores eruditos y ajenos al tema histórico (pues ha de ser perfectamente comprensible para ambos), escritores, correctores, historiadores, periodistas, expertos en marketing, etc. Sus sugerencias pueden ayudar a amueblar la novela con un cuadro, una cómoda o una alfombra; o tirando un tabique que descubrimos que estorba.
Y como en toda casa, resta la decoración. Pequeños aderezos que dan luz hacia un rincón u otro, resaltando aquello que nos interesa. En este apartado, por ejemplo, se pueden intercalar las sensaciones físicas que los escenarios provocan en el autor, para poner un poco de sí mismo, un toque de magia final.
Y como punto final, este escritor recomienda un ejercicio de honestidad en el epílogo. Reconocer las licencias ayudará al lector a tener una idea clara y sin tapujos de cuáles han sido los hechos objetivamente históricos de la novela y cuáles los personajes reales y tratados con rigor.
Espero que este articulillo haga vencer a algún escritor vocacional el miedo al folio en blanco y se embarque en la aventura de comenzar a escribir, puesto que nadie va a disfrutar más leyendo, que el autor creando.
Santiago Morata