Siempre resulta curioso constatar hasta qué punto la sociedad en general se alimenta de prejuicios para valorar —y a menudo condenar— aquello que no conoce. Centrándome en la literatura, me parece lamentable observar que nosotros, los lectores, nos servimos de las opiniones de los demás para desdeñar un género literario sin ni siquiera darle una oportunidad. ¿Acaso es posible afirmar que no nos gusta un postre sin haberlo probado? El mundo está lleno de sorpresas, y el mundo literario no está exento de éstas. ¿Cuántas veces hemos decidido leer un libro que, a priori, no nos atrae, para después acabar seducidos por la historia? Ahí reside la grandeza de la literatura: la capacidad de sorprender, de emocionar, de enamorar a los lectores.
Uno de los géneros que más arduamente debe luchar contra los prejuicios hoy en día es, sin duda, la novela romántica. Ya el propio nombre provoca que muchos lectores desvíen su camino, se alejen de estos libros, sin saber a ciencia cierta lo que en ellos pueden encontrar. ¿Cuántas veces habremos oído aquello de «las novelas románticas no son más que culebrones»? Tal generalización está tan poco fundamentada como las siguientes: «las novelas históricas sólo cuentan batallitas»; «los clásicos están desfasados y son aburridos»; «la literatura infantil sólo es apta para niños». La pregunta que a mí se me plantea es la siguiente: ¿has leído algo de ese género para ser capaz de afirmar tal barbaridad? La respuesta, seguramente, sea «no».
Y ése es el gran problema al cual debe enfrontarse la novela romántica: desplazar aquellos prejuicios ancestrales que hoy no tienen vigencia alguna. Porque así como la literatura infantil puede aportarnos mucho ya de adultos, y los clásicos parecernos muy amenos y atemporales, resulta imposible prejuzgar un género que cuenta con un abanico de posibilidades tan amplio: en una novela romántica pueden hallarse historias de amor entre criaturas sobrenaturales; entre asesinos y policías; entre emperadores y vasallos (con viajes en el tiempo incluidos); entre personas de diferente generación; entre personas del mismo sexo; entre personajes divertidos que consiguen arrancar carcajadas; y así hasta un sinfín de posibilidades que seguro sorprenderían a aquellos que no se dignan abrir ni una sola de estas novelas.
A todos nos gusta enamorarnos. Sentir por otra persona un cariño que rebasa todo límite. Es un sentimiento innato en el ser humano, uno de los más puros. ¿Cómo podemos, pues, rechazar la lectura de historias que versan sobre él? ¿A qué se debe esa animadversión que despierta el género en tanta gente? Seguramente, al desconocimiento. Porque estoy convencido de que estas personas, si dieran una oportunidad al género y a autores de la talla de Nicholas Sparks, Nora Roberts, Cecelia Ahern o las hermanas Brontë —¿acaso sus novelas no se centran en el amor entre los protagonistas?—, verían cómo se deshace el esquema mental que habían esbozado y, en un futuro no muy lejano, repetirían.
¿Eres una de esas personas y no lo crees así? Visítanos en el subforo y nos lo cuentas. Quizá te sorprendas.
Xabeltrán
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